El hambre, en su
riada, trajo hasta nuestra casa a una parienta de la abuela, la tía
Encarnación, quien llegó aquella tarde con un grupo de mujeres de la ciudad,
que habían tenido que lanzarse por los campos en aquella búsqueda incansable de
alimentos.[…]El retrato vivo de aquella parienta de la abuela era,
indudablemente, la imagen de algo que había muerto casi de forma definitiva.
Era, más que los otros refugiados, el símbolo claro de que aquella guerra
existía, de que era real, de que no penséis que en todas partes ocurre lo que
aquí…
—Esta es una
guerra horrible—recalcaba, levantando su mano delicada, con los guantes de
cabritilla casi deshechos, en los que brillaban, por su ausencia, las bellas
sortijas—horrible…—repetía.
La abuela,
enajenada, renqueando, arrastrando el bastón que ahora no le servía, que se le
había vuelto de repente anciano, vino hasta la mecedora y se quedó sentada, con
la frente pegada a aquella mano suya que parecía una hoja de álamo barrida por
el vendaval. No podía creerse aquella larga y horrible crónica negra que
aquella parienta, como una mensajera del terror, había venido desde tan lejos,
desde la misma raya del infierno, para contarle. Nada de aquello podía ser
verdad.
—¿ Y Enrique?—se
le ocurrió preguntar. Yo no sabía, ni he sabido nunca, quién sería aquel
Enrique.
—¿Enrique?
La parienta se
echó de nuevo a llorar. Se buscó el pañuelo y se secó la nariz y los ojos, al
tiempo que repetía: el pobre no pudo resistir esta clase de vida. Ya sabes tú
como era Enrique. Tan serio, tan puesto en sus puntos…No pudo resistirlo y se
murió.
—Muerto…
A esta respuesta
seguía otra pregunta de la abuela, a quien se le había avivado la curiosidad y
parecía, sentada allí, la luz triste entrando por la ventana, como si estuviese
repasando una a una las hojas de un álbum bello y familiar, en el que las
fotografías, al vaivén de la cabeza de aquella parienta, fueran desapareciendo
de repente…
—Muerto…Lo fusilaron…ha
desaparecido…está en la cárcel…no se sabe nada de ellos…
La guerra era
mucho más cruel, mucho más terrible, mucho más despiadada de lo que todos
habíamos pensado.
—¿Y tu hermano?
—¿Francisco? Ese
era un republicano. Y tú sabes lo exigente que siempre fue.
Conversación sobre la guerra
¿De qué guerra habla el texto? ¿Qué sabes sobre esta?
¿Qué consecuencias tuvo esta guerra en nuestro país?
¿Qué significa “exiliarse”? ¿Qué situación actual te sugiere la palabra “refugiado” del texto?
¿Cómo reaccionarías si tu país entrara en guerra y te llegasen noticias de familiares desaparecidos? ¿Alguien de tu familia ha pasado por esta situación? Investiga en tu árbol genealógico.
La publicidad en los años 50
Estos anuncios publicitarios aparecieron en los años 50 en el panorama europeo, ¿qué te sugieren? ¿Cómo crees que era el papel de la mujer entonces? ¿Hemos conseguido avanzar en este sentido?
- Vamos a investigar sobre la evolución de la publicidad. Por parejas, tendréis que buscar dos anuncios de un mismo producto en dos épocas distintas de la historia y deberéis traer las imágenes en la próxima clase.
LITERATURA DE POSGUERRA
LA LÍRICA DE POSGUERRA
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero
La misma calidad que el sol de tu país,
saliendo entre las nubes:
alegre y delicado matiz en unas hojas,
fulgor de un cristal, modulación
del apagado brillo de la lluvia.
La misma calidad que tu ciudad,
tu ciudad de cristal innumerable
idéntica y distinta, cambiada por el tiempo:
calles que desconozco y plaza antigua
de pájaros poblada,
la plaza en que una noche nos besamos.
La misma calidad que tu expresión,
al cabo de los años,
esta noche al mirarme:
la misma calidad que tu expresión
y la expresión herida de tus labios.
Amor que tiene calidad de vida,
amor sin exigencias de futuro,
presente del pasado,
amor más poderoso que la vida:
perdido y encontrado.
Encontrado, perdido…
Jaime Gil de Biedma
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Gabriel Celaya
LA NARRATIVA DE POSGUERRA
En la acera de enfrente, un niño se desgañitaba a la puerta de una taberna:
Esgraciaíto aquel que come / el pan por manita ajena;siempre mirando a la cara, / si la ponen mala o buena.
De la taberna le tiran un par de perras y tres o cuatro aceitunas que el niño recoge del suelo, muy de prisa. El niño es vivaracho como un insecto, morenillo, canijo. Va descalzo y con el pecho al aire, y representa tener unos seis años
Al niño que cantaba flamenco le arreó una coz una golfa borracha. El único comentario fue un comentario puritano:
—¡Caray, con las horas de estar bebida! ¿Qué dejará para luego?
El niño no tiene cara de persona, tiene cara de animal doméstico, de sucia bestia, de pervertida bestia de corral. Son pocos sus años para que el dolor haya marcado aún el navajazo del cinismo —o de la resignación— en su cara, y su cara tiene una bella e ingenua expresión estúpida, una expresión de no entender nada de lo que pasa. Todo lo que pasa es un milagro para el gitanillo, que nació de milagro, que come de milagro, que vive de milagro y que tiene fuerzas para cantar de puro milagro.
Detrás de los días vienen las noches, detrás de las noches vienen los días. El año tiene cuatro estaciones: primavera, verano, otoño, invierno. Hay verdades que se sienten dentro del cuerpo, como el hambre o las ganas de orinar
El gitanillo, a la luz de un farol, cuenta un montón de calderilla. El día no se le dio mal: ha reunido cantando desde la una de la tarde hasta las once de la noche, un duro y sesenta céntimos. Por el duro de calderilla le dan cinco cincuenta en cualquier bar.
El niño que canta flamenco tiene un pie algo torcido; rodó por un desmonte, le dolió mucho, anduvo cojeando algún tiempo.
La Colmena (1951) de Camilo José Cela
Tú no la mataste.
Estaba muerta. No estaba muerta. Tú la mataste. ¿Por qué dices tú? -Yo.
[…]
¡Imbécil!
No pienses. No pensar. No pensar. Estate tranquilo. No va a pasar nada. No tienes que tener miedo de todo. Si pasa lo peor. Si te ocurre lo peor que te pueda ocurrir. Lo peor. Si realmente creen que tú lo hiciste. Si te están esperando para aplastarte con el peso de la pena más gorda que puedan inventar para aplastarte. Ponte en lo peor. Si te pasa lo peor. Lo peor que puedas pensar, lo más gordo, lo último, lo más grave. Si te pasa lo que ni siquiera se puede decir qué sea, todavía, a pesar de eso, ¿qué pasa? A pesar de eso, no pasaría nada. Nada. Nada. Estarías así un tiempo, así, como estás ahora. Igual. Y luego te irías al Illinois. Eso. Y no estás mal aquí. Aquí se está bien. Vuelto a la cuna. A un vientre. Aquí protegido. Nada puede hacerte daño, nada puede aquí, nada. Tú estás tranquilo. Yo estoy tranquilo. Estoy bien. No puede pasarme nada. No pensar tanto. Es mejor no pensar. Tranquilamente, dejar pasar el tiempo. El tiempo pasa siempre, necesariamente. No puede pasar nada. Aunque la cosa se ponga peor. Aunque la cosa se ponga mal. Me pongo en lo peor. Supongamos que pasa lo peor. Supongo que me pongo en lo peor. No pasa nada. Sólo un tiempo. Un tiempo que queda fuera de mi vida, entre paréntesis. Fuera de mi vida tonta.
No pienses. No pensar. No pensar. Estate tranquilo. No va a pasar nada. No tienes que tener miedo de todo. Si pasa lo peor. Si te ocurre lo peor que te pueda ocurrir. Lo peor. Si realmente creen que tú lo hiciste. Si te están esperando para aplastarte con el peso de la pena más gorda que puedan inventar para aplastarte. Ponte en lo peor. Si te pasa lo peor. Lo peor que puedas pensar, lo más gordo, lo último, lo más grave. Si te pasa lo que ni siquiera se puede decir qué sea, todavía, a pesar de eso, ¿qué pasa? A pesar de eso, no pasaría nada. Nada. Nada. Estarías así un tiempo, así, como estás ahora. Igual. Y luego te irías al Illinois. Eso. Y no estás mal aquí. Aquí se está bien. Vuelto a la cuna. A un vientre. Aquí protegido. Nada puede hacerte daño, nada puede aquí, nada. Tú estás tranquilo. Yo estoy tranquilo. Estoy bien. No puede pasarme nada. No pensar tanto. Es mejor no pensar. Tranquilamente, dejar pasar el tiempo. El tiempo pasa siempre, necesariamente. No puede pasar nada. Aunque la cosa se ponga peor. Aunque la cosa se ponga mal. Me pongo en lo peor. Supongamos que pasa lo peor. Supongo que me pongo en lo peor. No pasa nada. Sólo un tiempo. Un tiempo que queda fuera de mi vida, entre paréntesis. Fuera de mi vida tonta.
Tiempo de silencio
- Vamos a realizar un cuadro comparativo de la narrativa de posguerra
Vamos a investigar sobre la vida de Camilo José Cela.
¿Sabes qué son los Premios Nobel de la literatura?
Martín Marco se para ante los escaparates de una
tienda de lavabos que hay en la calle de Sagasta. La tienda luce como una
joyería o como la peluquería de un gran hotel, y los lavabos parecen lavabos
del otro mundo, lavabos del Paraíso, con sus grifos relucientes, sus lozas
tersas y sus nítidos, purísimos espejos. Hay lavabos blancos, lavabos, de todos
los colores. ¡También es ocurrencia! Hay baños que lucen hermosos como pulseras
de brillantes, bidets con un cuadro de mandos como el de un automóvil, lujosos
retretes de dos tapas y de ventrudas, elegantes cisternas bajas donde
seguramente se puede apoyar el codo, se pueden incluso colocar algunos libros
bien seleccionados, encuadernados con belleza: Hólderlin, Keats, Valéry, para,
los casos en que el estreñimiento precisa de compañía; Rubén, Mallarmé, sobre
todo Mallarmé para las descomposiciones de vientre. ¡Qué porquería!
Martín Marco sonríe, como perdonándose, y se aparta
del escaparate. La vida piensa es todo. Con lo que unos se gastan para hacer
sus necesidades a gusto, otros tendríamos para comer un año. ¡Está bueno! Las
guerras deberían hacerse para que haya menos gentes que hagan sus necesidades a
gusto y pueda comer el resto un poco mejor. Lo malo es que, cualquiera sabe por
qué, los intelectuales seguimos comiendo mal y haciendo nuestras cosas en los
Cafés. ¡Vaya por Dios!
A Martín Marco le preocupa el problema social. No
tiene ideas muy claras sobre nada, pero le preocupa el problema social.
Eso de que haya pobres y ricos, dice a veces, está
mal; es mejor que seamos todos iguales, ni muy pobres ni muy ricos, todos un
término medio. A la Humanidad hay que reformarla. Debería nombrarse una
comisión de sabios que se encargase de modificar la Humanidad. Al principio se
ocuparían de pequeñas cosas, enseñar el sistema métrico decimal a la gente, por
ejemplo, y después cuando se fuesen calentando, empezarían con las cosas más
importantes y podrían hasta ordenar que se tirara abajo las ciudades para
hacerlas otra vez, todas iguales, con las calles bien rectas y calefacción en
todas las casas. Resultaría un poco caro, pero en los Bancos tiene que haber
cuartos de sobra.
Una bocanada de frío cae por la calle de Manuel
Silvela y a Martín le asalta la duda de que va pensando tonterías.
- ¡Caray con los lavabitos!
Al cruzar la calzada un ciclista lo tiene que
apartar de un empujón.
- ¡Pasmado, que parece que estás en libertad
vigilada!
A Martín le subió la sangre a la cabeza.
La Colmena
- Realizamos un comentario de texto.
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